viernes, marzo 31, 2017

pecho frío

La izquierda peruana está en una oportunidad única para volver aferrarse a lo que jamás debió abandonar: los principios democráticos. Cuando me hablan de los principios democráticos, entiendo/entendemos que nos hablan de libertad. Eso.
Por ello, lo ocurrido en estas últimas horas en Venezuela no admite justificación alguna, menos relativismos discursivos. Lo que demanda una situación como esta es firmeza de posición, en coherencia con los principios que rigen a todo aquel amante y creyente de la libertad.
En este sentido, cuando veo las reacciones de los representantes de la izquierda peruana que condenan el golpe del dictador Nicolás Maduro, no puedo dejar de sentir esperanza en cuanto a la existencia de una izquierda moderna y responsable con su contexto histórico, sin necesidad de traicionar sus valores que direccionan sus acciones. Por esa razón, mis saludos para Marco Arana, Indira Huilca y Marissa Glave, congresistas de la República, que no han dudado en condenar el golpe de Maduro como lo que es: un acto inaceptable para el sistema democrático.
Lamentablemente, no puedo decir lo mismo de Verónika Mendoza, quien, una vez más, demuestra que los principios democráticos, ni menos la cultura de libertad, no van con ella.
No lo pienso mucho: Mendoza es un agente de la dictadura chavista, una emisaria de la prepotencia militar que viene flagelando a este país, que en un mundo normal, tendría otros problemas, no la miseria ni el amordazamiento en el que se encuentra desde hace ya muchos años. ¿Sabían que en Venezuela se criminaliza la protesta? Por eso es que desde hace ya buen tiempo no hay manifestaciones multitudinarias. Y se entiende: cualquier manifestante es un potencial candidato a recibir un balazo.
Mendoza es también la metáfora del revoltoso peruano de izquierda que relativiza lo que ocurre en este país hermano. Como ella, bajo las líneas de sus declaraciones, no pocos han asumido la relativización del delicado contexto venezolano como si fuera circunstancial, que en nada se puede comparar con la autogolpe de Fujimori en 1992, cuando lo cierto, y para todo sujeto pensante, no hay diferencia entre ambos atentados contra la democracia. Golpe es golpe. ¿O es menos golpe el que lo realiza la izquierda? 
La izquierda peruana viene arrastrando una serie de petardeos a su credibilidad ante la población (en todas las elecciones no pasan del 20 %), ante ello, si nos aferramos a la estrategia política, no tendría por qué desaprovechar esta oportunidad para limpiarse de sus yerros. Me gustaría ver a los revoltosos de la zurda, a los marxistas de Facebook, a los revolucionarios del Twitter, dejar las poses y aferrarse al sentido común y distanciarse de una buena vez de lo condenable. Una delicada situación como esta no debe mancillarse por la actitud del pecho frío. No, pequeño huevas, lo hecho por Maduro es prácticamente el calco del golpe de Fujimori. Aún estás a tiempo.

jueves, marzo 30, 2017


Entrevista a Alberto Salcedo Ramos

Con todos los años que tienes escribiendo crónicas y siendo un referente para muchísimos cronistas en ciernes, ¿qué les podrías decir a ellos, ahora cuando la publicación de crónicas pareciera que solo está reservada para las plumas reconocidas? 

Que se preocupen más por amar el oficio que por publicar. He visto muchachos que no disfrutan lo que hacen porque para ellos el gusto no está en escribir, ni en leer, sino en ser reconocidos. Algunos son capaces de cualquier iniquidad con tal de figurar. Insultan, se declaran genios incomprendidos, pero vas a ver lo que escriben y no hay nada más allá del gesto altanero. Piensan en la pose antes que en dejar una gran obra. Dicen que quieren pintar pero lo primero que compran no es el lienzo ni el pincel, sino la boina con la que posarán en la fotografía. Por eso es tan abundante ahora esa especie que Cortázar llamaba ‘escritores de café’: les queda más fácil ir al bar a montarla de genios que ponerse a trabajar. 

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adán x jrr

Creo que tomaré por costumbre, solo los días que me levante temprano, escuchar la antología Songs for Insane Times de Kevin Ayers. La voz de Ayers invade toda la casa y me acompaña mientras preparo mi café con leche. Solo eso, por el momento, porque en las próximas horas, golpe de 11, sí daré cuenta de lo que se conoce como desayuno.
Una vez instalado frente a la portátil, me pongo a revisar el último número de la revista Lima Gris. Hablamos de un número especial dedicado al poeta mayor no solo del Perú, sino también considerado como uno de los gigantes de la poesía del Siglo XX.
Así es, César Vallejo.
Recorro las páginas y encuentro una excelente crónica del poeta y narrador José Rosas Ribeyro sobre Martín Adán. Martín Adán y yo en las calles de Lima. En lo personal, Adán es mi Poeta, el Poeta mayor de la tradición literaria peruana y, por consiguiente, leo todo sobre lo que se escriba y publique de él. Como escritor con experiencia, JRR supo que había ofrecer otro camino discursivo a los ya recorridos sobre Adán, y eso es lo que hace. Su texto no solo evidencia admiración por el vate, sino también es un testimonio vitalista de su hacedor y, fiel a su costumbre, no le importa si sus opiniones sobre otros poetas vayan a caer bien o no. No lo pensemos mucho, esta crónica se ha escrito desde la verdad emocional. Si la memoria no me falla, creo que es uno de los mejores textos que he leído del autor de País sin nombre
Por otro lado, más de una vez, sea hablando con amigos y hasta con el mismo JRR, he manifestado que sería ideal que algún día se publiquen sus ensayos y crónicas, pero esta posible publicación tendría que ser guiada por ojos ajenos que nos garanticen cierta objetividad en la selección de textos, es decir, jamás por JRR, que seguramente incluiría todo lo publicado en estos registros, como también lo aún no publicado.

miércoles, marzo 29, 2017

denuncias a medias

Ahora, tras el triunfo de anoche de la selección peruana de fútbol a su par de Uruguay, más de uno piensa que tenemos oportunidad de tentar una clasificación al mundial de Rusia. Algunos, más racionales y escépticos, no creen ni remotamente en esta posibilidad, y como representantes del alma avinagrada, no dudan en burlarse de aquellos que sí creen en un eventual pase al mundial. En lo personal, me da igual si esta selección clasifica o no, pero ello no me impedirá ver a un equipo que por lo menos lucha sus partidos, lo demás, o lo que venga después, es solo producto del esfuerzo y de las circunstancias. Este equipo de Gareca conecta con el público y eso es más que suficiente. Por esa sola razón, simpatizo con los que creen, preferible eso a ser parte de los escépticos bravos, amargados a la caza del primer error para sobredimensionarlo. Hasta para ser contreras hay que tener estilo, buen gusto, pero ya sabemos que el humor no es una herramienta/recurso natural para muchos.
Mientras alisto los apuntes en los que basaré mi discurso oral que daré en la noche, en la presentación de la novela Viaje a Ítaca de Siu Kam Wen, novela de la que sugiero su lectura inmediata, a razón de un “yo” brutal que le hacía falta a un registro por aquí practicado con mucho miedo, por no decir que con mucha limpieza, me dedico a ver las fotos que algunos vecinos me han mandado de sus perritas, situación que debo solucionar cuanto antes, porque Onur anda muy inquieto en los últimos días, al punto que se le ha escapado más de una vez a mi mamá ni bien abría las dos puertas de la casa. Onur me acompaña en la selección de la perrita y ahora que lo veo, lo miro distinto, porque a causa del calor mandé a que le cortaran el pelo. A diferencia de otros perros que son trasquilados en verano, la falta de pelo en Onur ha dejado en evidencia no solo que está bien alimentado, sino también muy fuerte, es decir, como quien escribe este post.
Acabo las notas sobre la novela de SKW. Entonces un amigo me escribe y me dice que en unas horas sacará en su portal una denuncia contra un editor que, para variar, ha estafado a un autor. No me sorprende esta actitud del editor, ese ha sido su modus operandi desde que tengo conocimiento de su existencia. No respondo el mail de mi amigo, decido más bien llamarlo y decirle que la coherencia ética es lo que debería importar en esta suerte de denuncias. Mi pata se muestra sorprendido con lo que le digo. No, no es que no quiera que publiques esa denuncia, porque ese editor debe pagar las consecuencias sociales de sus pendejadas, pero también sé diferenciar entre alguien que se robó un kilo de huevos contra aquel que se levantó todo un gallinero, y quien se levantó el gallinero es tu pata, contra el cual no dirás absolutamente nada. Entonces, compadre, en qué quedamos. Mi pata me dice que en unas horas hablaremos al respecto. En lo personal, no creo que haya mucho que hablar. Robo es robo. Estafa es estafa. Y no es lo mismo apanar al calichín que al taita. 
Onur pone sus patas delanteras sobre mis rodillas, sus ojos de manipulador me piden que no demore. Ok, falso pekinés, ya es hora.

martes, marzo 28, 2017

cucarachismo naranja

Cuando pienso en los fujimoristas, me es imposible no imaginarme en principio una rata naranja.
Cuando pienso en Vargas Llosa, pienso en sus libros, en especial en los que más me han acompañado, en los que he releído no menos de una vez, como El pez en el agua y Conversación en La Catedral.
En estos libros hallo las grandes cualidades del escritor peruano: la entereza moral y la exhibición de su trabajado aliento literario. Obviamente, a la fecha resulta mucho más polémico su libro de memorias, polémico a razón de las posturas políticas que han pautado la trayectoria del Nobel de Literatura. Más allá de estar de acuerdo o no con sus posiciones políticas, sería mezquino negar la coherencia con la que Vargas Llosa las ha honrado. No es poca cosa en estos tiempos que asistimos al espectáculo del intelectual que ajusta su discurso de acuerdo al vaivén de los intereses no pocas veces configurados por la rentabilidad de los mismos.
No me sorprende, aunque fastidie: cada vez que Vargas Llosa se encuentra en el país para celebrar su cumpleaños 81, aparecen sus detractores. Podría entender la crítica ideológica, incluso si la crítica no sea tal y descanse en el subrayado frívolo. Pero no. Hace su aparición el cucarachismo fujimorista, que no respeta cronologías ni mutaciones, porque este cucarachismo también está compuesto por ratas y otros habitantes de estercolero.
Me fijo en las cucarachas jóvenes, criadas en la ignorancia y el pragmatismo, herencia del caudillo ahora encerrado en un penal de máxima seguridad. Me fijo pues en sus comentarios, amparado ingenuamente en un milagro, prueba de mi buenagentismo: encontrar aunque sea un punto que ilumine y conduzca la argumentación. Pero no se encuentra nada, para variar, solo odio, rencor y muchas faltas ortográficas. No es que me queje de estas ratas y cucarachas, total, creo que ningún peruano pensante pueda mostrarse libre de ellas, siempre hallaremos a algún fujimorista cerca, ya sea en la familia, entre los amigos y conocidos, también en la conversación al vuelo que contra tu voluntad escuchas en el tren eléctrico o el Metropolitano. Pero estas cucarachas se mantienen silentes, al menos guardan las formas, pero cada vez que el Nobel visita su país, el cucarachismo naranja se deschava y se muestra en la naturalidad de su manifestación: el preludio de la matonería verbal.  
Se puede discutir, y poner en duda, hasta de la valía literaria de Vargas Llosa, con mayor motivo sobre su discurso neoliberal. Pero no se puede discutir contra la estupidez, aquel grado cero de la sinapsis de la razón que motiva a los allegados naranjas. Bien dicen los sabios: en este país no puedes ser grande si es que no tienes cucarachas que aparezcan de cuando en vez.

cuando no se es

Despierto algo temprano y me pongo a revisar mi correo electrónico, del mismo modo mis cuentas de Facebook, Instragram y Twitter. En las redes sociales, que tantas alegrías me brinda, encuentro una cantada recurrencia, que religiosamente se da en esta fecha, mas esta recurrencia se potencia el día de hoy porque el protagonista de la misma se encuentra en Lima, celebrando su cumpleaños. Por ello, huyo del mal gusto que me genera ver a no pocos escritores que sueñan con que al menos Vargas Llosa les salude con un distraído levantamiento de cejas.
Mas esta impresión se contrapone con una entrevista a Enrique Vila-Matas en La Voz de Galicia, entrevista que obedece a la publicación de su última novela, Mac y su contratiempo, que esperemos llegue a Lima en los próximos días.
En la entrevista, Vila-Matas sentencia: “Una cosa es ser escritor -aquí se englobarían todos esos que van a festivales, a los que les gusta ser escritores y que van de escritores, pero que trabajan muy poco en su casa- y otra diferente, escribir -algo que no tiene nada que ver con ser escritor-. Escribir es algo que no tiene final, dificilísimo. Hasta que uno no comprende que es una cosa monumental, no sabe lo que es realmente.”
Eso, no saber el destino al que lleva la escritura.
En lo personal, la enfermiza lectura de diarios e híbridos, pero ante todo el sentido común y el amor propio, me han alejado de aquello que carcome a más de un compañero generacional, de la misma manera que a los padawanes de la narrativa peruana. Aunque haríamos bien en señalar que estamos ante un fenómeno mucho más grande, global, que seduce en especial a aquellos escritores que vienen sacando beneficio de la imagen y discurso proyectados en las redes sociales, cuyo mensaje es muy claro: no meterse con nadie de la estancia de poder que pueda afectarte. Por eso tenemos a tanto escritor peruano y no peruano embistiendo, por ejemplo, contra la política, pero menos contra la corrupción de los poderes culturales que los premian con invitaciones a ferias y congresos. Llámesele doble moral, sin duda. Aunque de tanto lustrabotismo sí nos gustaría ver una obra literaria que esté a la altura de lo que se ofrece: si me hablan de tres leches, eso es lo que quiero, no una rosquita preparada con margarina vencida. 
De esta forma asistimos a la deformación de la escritura, en sus dimensiones creativas e intelectivas. No hay tiempo, pues, para lo que importa, porque lo que importa cuesta precisamente tiempo.

criminales sin leyenda

Sin querer me vi envuelto por segunda vez en las dos temporadas de Narcos, a causa de un comentario de un pata que me hizo en la mañana del último sábado, que la estaba viendo por primera vez, experiencia que lo tuvo pegado a la pantalla de su portátil, inmerso en una obnubilación que lo desconcentró de su trabajo en una conocida empresa de publicidad. Y como lo supuse, puesto que mi pata aún transita por la edad de la asimilación, se le pegó el dejó que el actor Wagner Moura usa para dar vida a Pablo Escobar.
Fue tanto su entusiasmo que no pude ser ajeno al contagio por volverla a ver. Y hacia esa actividad me consagré, pese a que no lo hice de manera lineal, sino buscando escenas y deteniéndome en algunas que considero claves o curiosas, como aquella en que La Tata (insuperable Paulina Gaitán) se enfrenta a la amante de su marido, la periodista Valeria Vélez, o esa otra en la que Don Berma hace pisar tierra a Judy Moncada (Cristina Umaña) para que acepte la oferta de la DEA. En fin, esta suerte de maratón fugaz me regresó a más de un instante de revelación de cuando vi la serie por primera vez, cosa que agradezco al entusiasmo del Wagner Moura de Pardo. 
Pues bien, esta fue la pregunta que me hizo: ¿por qué no se hace una serie tipo Narcos en Perú? Esta pregunta también se la hizo a otros amigos en común y en todas las respuestas hubo acuerdo en que debería hacerse una de estas características, con narcos y sicarios, policías y políticos corruptos, e infaltables mujeres a la caza de un acomodado nivel de vida. En parte, comparto esta idea, pero la misma se diluye ante la realidad. Una serie tipo Narcos podría realizarse, y con muy buenos resultados, bajo los cauces de la total invención, puesto que si hay algo que signa a los narcotraficantes peruanos de los últimos años (hablemos de 30) ha sido su falta de épica, su entrega total a la exposición del derroche a lo bestia, es decir, encausado en el mal gusto. Cosa contraria con el asesino y criminal colombiano, que a la par de sus negocios, llegó a calar emocionalmente en ciertos segmentos populares de su país, claro, bajo el asistencialismo, pero mediante el cual forjó una leyenda, oscura, sin duda. ¿Podemos decir eso de los narcos locales?

lunes, marzo 27, 2017


domingo, marzo 26, 2017

cuando te prometen una gran novela

Días atrás acabé una novela de la que me esperaba asistir a la Experiencia.
Pues bien, asistí  a la experiencia, pero en minúscula.
No solo la tenía en el radar por las excelentes reseñas que venía recibiendo, sino también porque me fue recomendada por algunos lectores en quienes confío, además, y si en caso no lo he dicho ya aunque varias muestras de ello he brindado en el tiempo que llevo escribiendo sobre libros, tengo una predilección especial, digamos enfermiza, por las novelas de largo aliento. Nada más lejano de mí que el susto que enfrentarme a una novela de dimensiones que sobrepasan el medio millar de páginas.
En parte estoy de acuerdo con la valoración que viene generando la novela Ciudad en llamas de Garth Risk Hallberg. La recomiendo porque es una muy buena novela debut, que le augura a su autor un futuro no más que promisorio. Sin embargo, comencé a alterarme una vez pasada la mitad de la narración, a razón de una constante recurrencia a hacia los ejes temáticos (en este caso múltiples), que en lugar de potenciar la narración, la resentían en su impacto, en la administración de sus recursos. Bien sabemos que una novela de largo aliento no es ajena a su ripio, a sus inevitables zonas oscuras, que permiten descansar lo que se cuenta y de esta manera volver a coger el nervio narrativo. Sin embargo, GRH desdeña el ripio y se presta a un juego de perfección formal y estilística que no solo resta (indiquemos que al llegar a estas reiteraciones el lector ya está metido en la novela, lector que tendría que abandonar la lectura a causa de una fuerza mayor, a saber, un castigo de la naturaleza). Además, esta situación nos hace barajar algunas especulaciones extraliterarias sobre cómo es posible que se nos venda o prometa una gran novela cuando esta no es más que muy buena. En otras palabras: se nos entrega un producto, no un buen libro que hubiera sido un librazo de haber pasado por la poda. Ese es el caso de CELL.
Una novela como CELL es hija de la tradición novelística norteamericana. Mas su venta como gran novela, obra maestra, es producto de la mercadotecnia editorial, manejada por un agente literario que ha hecho muy bien su trabajo. Además, promocionar a un autor debutante (siempre y cuando sea talentoso) y su novela (lo básico, que sea buena) de poco más de mil páginas (he allí la gracia), solo se lo puede permitir una industria editorial como la gringa, generando una fuerza promocional que solo conoce saludos y entreguismo valorativo, como también se ha visto en sus cantadas traducciones. En este sentido, la crítica en español ha hecho muy poco, o casi nada, contra una novela que, sin su trabajada promoción, no sería lo que se nos presenta.

sábado, marzo 25, 2017

anécdotas de espía

La presente publicación es una de las más esperadas en el imaginario lector del mundo. No es para menos, y disculparán el entusiasmo, porque estamos hablando de John Le Carré. Eso.
 Con autores como Le Carré habría que pensar no una, sino hasta cinco veces, el facilismo con el que lamentablemente no pocos miran por encima las novelas inscritas en géneros pautados por su popularidad. Hacerlo no solo refleja prejuicio, sino también un preocupante desconocimiento de la tradición de la novela en cuanto a su carácter popular que esta tuvo durante el siglo en el que alcanzó su mayor radiación, radiación que se mantiene hasta el día hoy.
Pensemos en algunos autores populares del XIX, en Verne, Dumas y Salgari, narradores dedicados a la escritura de novelas de aventuras, que bien hoy podríamos llamar los padres de la narrativa de asunto que no solo la podemos ver en el formato de libro impreso, sino también en las películas y series. Por eso, antes de bajarle el dedo a los Bestseller, sería saludable que se estudie mínimamente su tradición, aunque sea un repaso al vuelo en el que podemos encontrar autores no solo exitosos, sino también con sobrados méritos literarios, como Stieg Larsson, Georges Simenon, Manuel Vázquez Montalbán, Isaac Asimov, Arturo Pérez-Reverte, Stephen King, etc. La lista podría ser mayor, pero preferimos consignar los autores más ubicables por el lector recurrente.
Sobre los autores de Bestsellers se dicen no pocas gratuidades. La principal de estas yace en un discurso que pretende restarles calidad literaria por el solo hecho de que sus libros están direccionados a un público masivo. En este sentido, la crítica no es ajena a una tara que esperemos sea involuntaria, ya que pasa por alto el análisis de los mismos por su señalada esencia popular. Es decir, si existiera un Salgari pop en estos años, la crítica no se ocuparía de él, no le prestaría la más mínima atención, confinándolo al texto volteado de la contratapa, cosa que así tiene una que otra oportunidad de salir en alguna descuidada estafeta.
Sin embargo, las gratuidades se despejan, parecen no existir, cuando se tiene que hablar del británico John Le Carré. Con LC existe consenso, porque no solo hablamos de un exitosísimo autor de novelas de espionaje, sino también de uno del que podemos aseverar que literariamente exhibe excelentes recursos literarios. Si un aspirante a escritor lee esta reseña, pues lea a LC, porque se puede aprender, y mucho, de su administración de  recursos narrativos en la construcción de una novela.
Ahora, cuando hablamos de los lectores de LC, no nos referimos a unos cuantos de cientos de miles, sino a millones. No es para menos, pensemos en novelas como El espía que surgió del frío, El Topo, Llamada para el muerto, Asesinato de calidad, La chica del tambor, La gente de Smiley, El jardinero fiel, El infiltrado, entre otras. En LC confluyen el éxito de ventas y la experiencia literaria. LC es pues un digno representante de la tradición de novelas de aventuras del XIX, el siglo de la novela. Por ello, las expectativas sobre sus memorias estaban más que justificadas, Volar en círculos (Planeta, 2016).
Sin embargo, a medida que recorremos estas páginas somos testigos de un factor no esperado: LC cuida mucho sus palabras, privilegiando la anécdota en lugar de la reflexión. Tengamos en cuenta que el nutriente de la memoria es el discurso reflexivo. A pesar de ello, nuestro autor es capaz de sustraer de la anécdota su natural espíritu fugaz y presentarnos de esta manera la trastienda de su vida, de cómo se hizo espía y de las personas del mundo político y del espionaje que conoció y que inspiraron sus novelas. No vamos a negar que LC también se muestra cínico, nos advierte que no contará sobre su pasado como espía (cuando eso es lo que precisamente el lector quiere leer), pero lo hace a cuenta gotas, privilegiando la información conocida, que en otra pluma podría advertirse como estafa, pero que en la suya se justifica gracias a la disposición de esta. Queda claro que lo que sabe del espionaje lo deja para sus novelas y en estas memorias nos brinda bocaditos narrativos que cumplen su objetivo: divertir y emocionar, puesto que LC lo hace sin remilgos, sin falsas modestias, es decir, desde su condición de escritor de éxito que no necesita demostrarle a nadie su valía literaria. VEC bien puede servir como guía para los que aún no hayan leído sus magistrales novelas y para sus lectores no es más que una sobredosis que se agradece, además estos saben bien por qué su autor predilecto no lo puede contar todo.

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jueves, marzo 23, 2017


el estilo del cronista

Creo que ya es hora de no perder el tiempo en cuanto a la cualidad genérica de la crónica. Al respecto, y desde que tengo uso serio de razón, no he dejado de escuchar y leer sobre la esencia de su bastardía, que en su momento despertó alterados debates entre dos bandos, cada cual con sus argumentos y caprichos ridículos. Esta suerte de batalla discursiva entre puristas y los llamados heterodoxos nos ha impedido apreciar en su real dimensión las posibilidades que nos pueden ofrecer los registros insertados en lo que ahora se llama narrativa de no ficción, aunque la misma, como bien puede atestiguar el lector recurrente, siempre ha existido.
Tal y como indiqué, no hay que perder el tiempo. La experiencia literaria es la misma, así hablemos de ficción o no. En este sentido, así como hay malos escritores de ficción, también los tenemos en la otra ribera. Por ello, sería saludable, en cuanto a la no ficción que se escribe en español, comenzar a detectar a los maestros, a aquellos que en el curso de la narración nos hacen partícipes de la revelación narrativa y que solo puede ser generada por auténticos escritores de raza sin importar su registro de preferencia.
Por ello, ni bien ingresamos a las páginas del imprescindible Viaje al Macondo real y otras crónicas (Pepitas de calabaza, 2016) del colombiano Alberto Salcedo Ramos, somos testigos de una diferencia, o mejor dicho, de una marca de agua en alto relieve que lo ubica como un escritor distinto, mucho más verosímil que los dedicados a la ficción y muy artificioso en cuanto a los que ejercitan la no ficción. Esta suerte de falsa ambigüedad no es más que el canal que garantiza la viabilidad temática de sus crónicas, las que descansan en el crisol del que se alimenta la marca de la casa: el estilo.
A los buenos escritores los conocemos por su estilo. Y esta última entrega confirma una vez más el prestigio de ASR. Hablamos de un estilo potenciado en las lecturas, aunque lo dicho es una obviedad, porque se supone que todo escritor debe ser un lector irredento, mas este estilo parte de una base que debería más frecuentada por cualquier escritor, sin importar el registro de elección, base que nos lleva al asombro de la oralidad de la que nos alimentamos, principalmente, en la primera infancia. Eso: de la conjunción entre oralidad y lecturas, accedemos al ASR Style.
Textos como el homónimo que titula la presente publicación, en donde se nos dinamita el ideal que tenemos de uno de los espacios capitales para el imaginario literario universal para entregarnos uno mucho más real y atractivo; o aquel que nos hace parte de la resurrección existencial del futbolista uruguayo Darío Silva; o ese par de textos dedicados a la madre y a una amiga de infancia, en los que podríamos especular sobre la procedencia de la apuesta del autor por las historias reales, textos, por cierto, que solo nos puede entregar una pluma con autoridad. Nuestro autor nos relata de personajes signados por su peculiar cotidianidad, como también por la tragedia. En la mayoría de los diecinueve textos nos habla de la realidad colombiana, pero gracias a su estilo y mirada, nos situamos en un contexto mayor, el latinoamericano. Esa es pues la trascendencia en la escritura que consigue ASR.

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miércoles, marzo 22, 2017

escritores lacayos

Venía leyendo intercaladamente dos novelas que tranquilamente puedo recomendar, La séptima función del lenguaje de Laurent Binet y Basada en hechos reales de Delphine de Vigan, cuando sentí la necesidad de sumergirme de una buena vez en las memorias del siempre estupendo John Le Carré, Volar en círculos. Entonces, ya no eran dos, sino tres novelas que leía turnándome cada hora.
Me encontraba en esta actividad cuando recibo la llamada de mi pata Jeremy, quien me pregunta por el título de una novela que recomendé hace tiempo en este blog, novela de un escritor español que en los años noventa publicó una novela monumental. No lo pensé mucho, porque ese escritor que publicó una noventa monumental en los noventa fue Juan Manuel de Prada, quien con Las máscaras del héroe se ubicó como la voz narrativa con mayor proyección de su país. Por cierto, esta novela opacó a otros autores generacionales, la mayoría sin las dotes que sí exhibía De Prada, como también a autores con mucho talento, en este sentido pienso en Antonio Orejudo y su maravillosa novela Fabulosas narraciones por historias. Ambas novelas guardan más de un vínculo temático en común, pero cuando salió la del primero poco o nada pudo hacer la de Orejudo para generar la atención que merecía. Y para cerrar esta digresión: el tiempo ha ubicado a Orejudo como un autor digno de atención y a quien siempre leo con interés.
Pero algo ocurrió con De Prada. Luego de ganar en 1997 el Premio Planeta con La tempestad no volvió a ser el mismo, dejó de ser el autor que leía con admiración, y eso que le di más de una oportunidad a más de un título posterior. Por ello, motivado por la pregunta de Jeremy me puse a averiguar sobre De Prada, cuando encuentro esta entrevista en Youtube a razón de su última novela, Mirlo blanco, cisne negro (Espasa, 2016).
De la entrevista se deduce que en esta novela De Prada ha dejado la piel en el asador, porque la historia que cuenta tiene mucho de aquel joven de provincia que llegó a Madrid con una legitimidad literaria a cuestas. Y también se desprende de la entrevista que esta novela es un férreo ataque al mundo editorial español y a la función que cumple el escritor en esta industria capaz de no solo matar convicciones creativas, sino también la personalidad de los autores.
Así guste o no, las palabras del autor me hicieron pensar en la actitud que vengo percibiendo en más de un escritor local no necesariamente joven. No es para menos, las dos casas editoriales más fuertes han salido a la caza de nuevas voces, hecho que refleja el patente relevo que viene experimentando la narrativa peruana, si es que entendemos este contexto bajo los criterios de las poderosas casas editoriales, que en lo personal jamás los asumiré como norma valorativa, pero que sí me permiten ver de qué están hechos nuestro escritores, cada día más seditas, incapaces de mostrar una opinión discordante del implícito mandato común: no quedar mal con nadie.
Por ello, lo que cuenta De Prada no solo es la radiografía del sistema literario español, sino que también puede aplicarse esa misma radiografía en provincias editoriales como la peruana. Y como bien indica, solo sobreviven los fuertes, los que creen en la epifanía de su propuesta, aunque la tentación sea muy grande.  
Luego de ver la entrevista, hice un par de llamadas para saber si Mirlo blanco, cisne negro ya estaba en librerías limeñas, pero nada. Esperemos que algún día el Grupo Planeta traiga la novela.

librerías virtuales

Semanas atrás, o quizá dos meses, comenté al vuelo lo que pudo ser una batalla campal entre dos personajes peculiares. Esta suerte de posible batalla campal tuvo lugar en la Feria del Libro Amazonas, en un sábado marcado por el inclemente sol. La bronca en cuestión la protagonizaban dos tipos de llamativas cualidades: uno gordo y apestoso y el otro flaco y también apestoso, Javier A. y Manuel A., respectivamente. Seguramente ambos estuvieron caminando toda esa tarde de sábado, cargando pesadas bolsas de libros, cada quien por su lado, hasta que se encontraron cara a cara en Amazonas, en donde decidieron aclarar sus problemas comerciales, porque la pelea que estuvo a punto de protagonizar la doble A, y que fue disipada por el carajazo de un heladero de imprescindibles helados Donofrio, obedecía a una razón, la manzana de la discordia, o llámese cliente, o lector, o interesado, que requiere de los servicios de alguien que encuentre el libro descatalogado que desea leer y que quiere hacerlo, como ocurre la mayoría de las veces, sin tener que abandonar la comodidad del hogar. Javier y Manuel vieron el lomo brilloso que exhibía restos de camote reseco de un estofado de 1985,  el libro que justo les había pedido un potencial cliente, quizá el mismo para los dos. Ante ello no dudaron en comprarlo como sea, manifestando para tal propósito la labia digna del maleante, la pechada del piraña, el roce del cabezazo, con mayor razón cuando decenas de personas los miraban, hasta que los largó el heladero de Donofrio, porque semejante comportamiento barrial atentaba contra su interés inmediato: la venta de su peziduri.
Y meses atrás, y esto no lo consigné porque se me olvidó, fui testigo de cómo un patita, cuyo nombre es Luis J., era atrapado con las manos en la masa en una conocida librería, cuando este metía dentro de su casaca un par de libros. El encargado de esta conocida librería cogió del pescuezo al ladrón y lo llevó al cuarto de tortura de la librería, en donde no solo recuperó los dos libros dentro de su casaca, sino también rescató libros camuflados en su pantalón, como también libros de bolsillo sujetados por el elástico de sus medias Adidas, tal y como indicaba el bordado de estas.
Estos tres personajes son la metáfora peruana de las librerías virtuales peruanas. Harto mercachifle y delincuente. Harto supuesto conocedor que, previo repaso intensivo en Wikipedia, brinda cátedras virtuales sobre la importancia de determinado libro de la tradición anglosajona del Congo (¿?). Imposible no pensar en mi causa Jorgito G., el ideólogo de los Stupibabies, experto lector de contratapas y eximio representante de la malhabladuría, inolvidable personaje que robó libros de las librerías donde trabajó y de las que lo botaron, dedicado a la autofelación de su sabiduría plástica cuando lo cierto es que sus ex compañeros de trabajo tuvieron que pagar, bajo descuento del sueldo, los libros robados, entre los que se hallaban los de sus autores preferidos, sus debilidades que no se atreve a vender porque están destinados para su placer personal: Paulo Coelho y Sergio Bambarén.
Pues bien, desde hace algunas semanas vengo recibiendo quejas de no pocos lectores sobre las librerías virtuales que se promocionan como tales en las redes sociales. “Mucho posero, Gabriel”, “Mentirosos y acomplejados”, “Ya se parecen a los vendedores de cilindros de agua”… Lamentablemente, no me queda otra opción que aceptar este descrédito en el que han caído las librerías virtuales peruanas, en las que también han aparecido los supuestos conocedores de primeras ediciones, conocedores que se delatan como meros comerciantes ni bien abren la boca.
Es una lástima. Se impone el criterio de hacer dinero a lo bestia. Tiempo atrás, cuando fui testigo de la consecutiva aparición de las librerías virtuales, creí que estaba ante una alternativa, nueva por cierto, de extender la comunidad de lectores más allá del circuito de librerías. Para ello, era necesaria una toma de conciencia del oficio, partiendo de su esencia: la lectura como configuración moral del librero. Si en la mayoría de librerías formales impera la presencia del vendedor que se hace llamar librero, esta presencia se magnifica en las librerías virtuales. Obviamente, en este circuito virtual tenemos grandes excepciones, como Álvaro P. y Jesús Jara, que antes de ser libreros, son lectores que han sabido construir una legitimidad lectora en base a la recomendación honesta, la discusión argumentada y ajena de la ley comercial del “cliente siempre tiene la razón.” Si una cualidad ofrece una librería virtual es que se puede hacer (mucho y con harta paciencia) dinero, pero con estilo (buen gusto y decencia), estilo en sintonía con la nobleza natural del oficio, cuyo objetivo implícito es la formación de lectores. 
Los casos que he mencionado líneas arriba son una pequeña muestra de una geografía emocional mucho más grande. Estos vendedores se conducen en la mentira discursiva adornada por la imagen del falso lector. Cada cual va por su camino tras la presa y en esta empresa no existen los modales, sin embargo, confluyen los fines de semana en el común centro de operaciones: el bar Don Lucho, que los alberga, del mismo modo que cobija otras almas más nobles y honestas.

martes, marzo 21, 2017


lunes, marzo 20, 2017

"geografía de las nubes"

Lo ideal, en especial cuando de reseñas hablamos, sería brindar una cartografía del autor abordado. En esta ocasión, la cartografía se limita a dos libros suyos (incluido el que motiva este texto), que muestran una hermandad común, si pudiéramos llamarlo de algún modo: la diferencia. Diferencia, aunque deberíamos subrayar que con la otra novela leída, La imaginación del padre, guarda un relativo lazo temático: la figura del poeta peruano José Santos Chocano, que protagoniza Geografía de las nubes (Santuario Editorial, 2016), del narrador chileno Luis López-Aliaga.
Si hay una figura, a la que podríamos catalogar de imprescindible en los potenciales afanes narrativos, esa figura es precisamente Chocano. Para quien escribe, Chocano es un poeta sobrevalorado y no hay día en que me pregunte por qué figura como una de las voces importantes de la tradición poética peruana. Sé que esta apreciación puede ser confrontada, y seguramente con argumentos, por los chocanófilos de la academia. Pero en lo que algo sí estamos de acuerdo es que nos enfrentamos ante una vida exquisita y literaria, aventurera y circense, ante una inevitable parodia de las consecuencias que trae consigo la actitud de un ego sobredimensionado. Por ello, escribir sobre Chocano, así sea en un registro de ficción o de no ficción, siempre parecerá ficción. En vida, Chocano se superó a sí mismo, y por ese solo detalle, los hacedores de ficción deben estar más que agradecidos. Sobre este poeta peruano hay mucha bibliografía, de la que aprovechamos en recomendar Aladino o vida y obra de José Santos Chocano de Luis Alberto Sánchez.
Sin embargo, para esta novela Chocano es solo un pretexto, un canal de ingreso para que se nos hable de ese otro poeta capital para el proceso de la tradición poética latinoamericana, el nicaragüense Rubén Darío. Darío es el eje ausente y también presente del proyecto de López-Aliaga, puesto que el Chocano que recrea se justifica en función a su admirado Darío, de quien solo esperaba el reconocimiento, el primer paso para la realización de su proyecto mayor: ser el Poeta en español de su tiempo.
Podríamos estar ante una historia marcada por las aventuras y los deslices de Chocano, el desdén de Darío por este, como también del contexto revolucionario que pautó la transición entre los siglos XIX y XX, época en la que muchos países latinoamericanos definían su futuro como también su estabilidad. Felizmente, López-Aliaga no es presa de un recuento de hechos condimentados con los favores de la ficción, menos deudor de la fidelidad que demanda la novela histórica. Lo que nos presenta el autor es la narración sobre una obsesión, una cirugía de la enajenación por la gloria literaria. Eso: narración, no una historia sobre Chocano y Darío. Y en esta narración López-Aliaga cambia de registro, si pensamos en La imaginación…, prefiriendo para este proyecto una prosa pautada por la descripción y la reflexión, haciendo uso de algunas cuotas de humor (en realidad, el humor es un recurso ineludible si se tiene a Chocano), pero este cambio de registro supone riesgos, que en novelas cortas suelen mostrarse como no en las de largo aliento. Por un lado, para ser una novela corta, esta exhibe más personajes de lo que hubiéramos estimado, varios de ellos quedan “flotando”, pero hablamos de un riesgo presupuestado, porque como indicamos, la fuerza de la novela yace en el cauce de su narración. Entonces, en su carácter fallido como novela corta encontramos su epifanía, de haberse inscrito en las espartanas leyes de la novela corta, no tendríamos la novela que nos convoca en esta ocasión.
Geografía de las nubes exigía de quiebres que atentaban contra su naturaleza de novela corta. En este tipo de toma de decisiones podemos conocer a los autores que transitan senderos seguros, como también aquellos que apuestan por lo distinto, pero nos referimos a una diferencia que parte del oficio, del conocimiento de causa de lo que se quiere hacer. En este sentido, López-Aliaga confirma lo que suponíamos de él: un autor dueño de una ética creativa, ajeno a los vaivenes de la moda editorial, que como nunca antes viene arrojando paquetes a los lectores latinoamericanos. En la ética creativa nuestro autor ha conseguido lo que muchos no: legitimidad.

… 

Publicado en Revista Lecturas

que sabe

Como ya lo indicamos en su momento, el presente de Antonio Gálvez Ronceros no puede ser más perfecto. Pues me alegra que sea así, además, nuestro narrador es dueño de aquella sabiduría, sana y nada toxica, que solo puede deparar la experiencia de vida.
De alguna manera, venimos siendo testigos de las notas de prensa y entrevistas a razón de su obra. En cuanto a las entrevistas que le vienen  realizando, me alegra saber que sus respuestas se alejan de la mera información banal sobre los circuitos interiores del ego, detalle que hemos visto en plumas mayores y también “jóvenes” en los últimos años. Por ello, las respuestas del autor adquieren un carácter perdurable, aunque sea en su inmediatez, por paradójico que parezca.
En una nota de José Miguel Silva, GR brinda algunos consejos a los que “sueñan con escribir”. La pueden ver aquí.
Aunque suene a lugar común, no deja de tener razón cuando el autor indica que no debe haber apuro alguno por publicar. Sus palabras tendrían que ser tomadas en cuenta, ahora que no pocos viven ansiosos por hacerlo inmediatamente, ansias proyectadas hasta en las iniciales punzadas de la intención de escritura, sin tener en cuenta que ese fuego creativo iniciático tiene el poder suficiente para configurar una mentira: creer que se es cuando no se es nada.
Si algo he notado en la producción narrativa última ha sido un apuro que se percibe en donde no debiera: el libro publicado. Novelas, poemarios y cuentarios con buenas propuestas, tanto en lo temático y el estilo, se han visto traicionados por la velocidad que signa estos tiempos en los que parecer es mucho más importante que ser. La paciencia, se deduce, no es lo que rubrica la ética creativa del escritor actual, y si extiendo el imaginario, no solo me refiero al peruano. Por el momento, no brindaré una lista de los libros que se han visto afectados por este lastre, y bien sabe el lector del blog que no tengo problema alguno en hacerlo.
Por ello, es una lástima que se pierdan propuestas llamativas, sea por la demanda editorial, aunque esta no es nada contra la verdadera demanda que traiciona al creador: el apuro del ego, potenciado como nunca en las redes sociales, terreno en los que el Like es asumido como un punto a favor que no necesariamente se traduce en ventas, menos en lectores.
No dejemos tener en cuenta que GR se refiere a la paciencia que el escritor debe tener con su trabajo, y en esta sentencia, no podemos dejar de señalar que su opinión guarda relación con su propia obra. GR es un narrador de flujo lento, demasiado espaciado en la aparición de sus libros, según sus lectores. En este sentido, GR nos habla de su propia verdad creativa, que no tendría que ser una regla que asegure la elaboración de un libro destinado a la efervescencia literaria, no obstante, no deja de tener muchísima razón en lo que dice. Hay que hacer caso a los que saben.

domingo, marzo 19, 2017

cuando quejarse es la estrategia

Felizmente Lima no es el Perú. Este país es mucho más grande que el capricho de los limeños, que ayer vivimos tal cual la escena del agua de Mad Max: Fury Road. Aunque en lo personal no me gusta aferrarme a la memoria personal, pero lo acabado de vivir a más de uno nos regresó a los años de cortes de los servicios básicos, muchas veces ocasionados por las detonaciones de torres de alta tensión. En esos años ochenteros, y algunos de inicios de los noventa, los cortes de servicios de agua y luz sucedían a la par. O sea, cuando en un atentado terrorista se derrumbaba una torre, no solo nos quedábamos sin luz, sino también sin agua. Estábamos fregados.
Algo parecido se vivió ayer sábado. Casi toda Lima se quedó sin agua y no faltaba nada para que esta ciudad comenzará a despertar a la mala. El servicio de agua comenzó a llegar a las casas paulatinamente a las dos de la tarde. A mi casa a las cuatro y de inmediato me puse a trabajar en la recolección, como también a contenerme ante la usura de algunos vecinos que alquilan cuartos, a cuyos inquilinos les quisieron cobrar por el servicio de agua que por falta de presión no subía a sus pisos. No lo pensé mucho, aunque de la puteada esos usureros e insensibles no se van a salvar en estos días: encerré a Onur en mi cuarto, para que no se escapara, puesto que abrí las dos puertas de mi casa, la delantera y la que da al parque. En los caños de los lavaderos y de los baños se conectaron mangueras y en esa tarea estuve hasta las diez de la noche. Felizmente, más de un vecino consciente también ayudó a la muchísima gente que venía de otros barrios de La Victoria.
Por el momento, las quejas sirven de poco. La realidad se impone en la obviedad: los estragos de estas lluvias no podían evitarse, menos en una ciudad como Lima que ha crecido muy mal, al ritmo de la improvisación asumida como progreso. En este sentido, y así no guste, este gobierno viene respondiendo a las necesidades, no con la prontitud deseada, pero confío en que a medida que pasen los días esa prontitud en soluciones se concrete. Mientras tanto, todos, desde nuestras posiciones de influencia, tenemos que poner el hombro. Hay hermanos peruanos, como los del norte y sur, que la están pasando muchísimo peor que en Lima. 
En parte, este post obedece también a las quejas fuera de lugar que vienen esgrimiendo los hermanos Fujimori y la ex candidata presidencial Verónika Mendoza. Para nadie es un secreto que los hermanos naranjas y Mendoza están aprovechando este contexto para sacar réditos políticos. Los primeros, en algo que no me sorprende de estos ociosos que jamás han trabajado, criticando la falta de celeridad del gobierno, sin tener en cuenta que en los dos gobiernos de su padre, ante desastres naturales similares pero de menor intensidad que el de ahora, no solo reaccionaban tarde, sino que también se robaban las donaciones (hagamos memoria de la denuncia que al respecto hizo Susana Higuchi, ex esposa de Fujimori y madre de este par de tarados que creen que hacen mucho ensuciándose en el lodo para el momento Kodak). Y la segunda, que en lugar de liderar la formación de una gran brigada voluntaria de ayuda, desliza la idea de que estos desastres pudieron afrontarse si en el país no existiera el modelo económico imperante. Tamaña estupidez refleja su cada vez menos oculta ansia política. En lo personal, no me esperaba esta reacción de Mendoza. De una mujer inteligente como ella espero soluciones, alternativas, sobre todo en tiempos de crisis, no cachina discursiva que una vez más enloda lo que no debe: los principios de izquierda que dice honrar, como la preocupación por el otro caído en desgracia.

sábado, marzo 18, 2017


"cortes intensivos"

Publicado a fines de 2015, Cortes intensivos. Entrevistas y crónicas (posición.Editores) del poeta y crítico César Ángeles, ha tenido un tránsito por demás curioso. A menos que esté equivocado, su presencia en medios ha sido a las justas modesta, pero bueno, tampoco hagamos un drama de ello. Muchos libros pueden darse por bien servidos si consiguen cierta presencia en medios. Sea cual sea su visibilidad, es lo que menos debe importar. Lo que sí importaría del libro publicado es que este pueda generar una comunidad de lectores, solo así su existencia estaría por demás justificada.
La presente publicación no es una maravilla y por no serlo es que me gusta. En estas páginas Ángeles nos ofrece una selección de sus entrevistas y crónicas publicados entre 1986 y 2014, en las que es posible percibir su mayor cualidad en prácticamente todos los textos: personalidad en el punto vista. Del mismo modo asistimos a su mayor defecto: un egocentrismo que en más de un tramo le juega una mala pasada.
Tengamos en cuenta los años en los que aparecieron estos textos, en especial en el punto de partida que indica la cronología de la selección. La segunda mitad de los ochenta. En las entrevistas el autor nos entrega acercamientos llamativos, buenos e irregulares a personalidades de la literatura, el arte y el pensamiento peruanos. Pensemos en las realizadas a José Tola, Juan Javier Salazar, Enrique Polanco, Blanca Varela, Eduardo Chirinos, Washington Delgado, Antonio Cornejo Polar, Rodolfo Hinostroza, Alberto Flores Galindo, Martha Hildebrandt y Luis Lumbreras, y claro, imposible pasar por alto la excelente entrevista al poeta chileno Enrique Lihn.
Como indiqué líneas arriba, nos enfrentamos a un entrevistador con personalidad, y la sustancia de esta característica descansa en que Ángeles sí era un hijo de su tiempo, porque antes que periodista (y seguramente antes que poeta) era un entonces joven configurado por la convicción ideológica de izquierda, o por lo que podamos entender de esta. Por esa razón, su voz y puntos de vista potencian sus acechos. Sus entrevistados no se hubieran sentido en confianza sin esa especie de irreverencia, sueltos de las buenas formas al momento de responder, o reforzando y refutando una opinión del entrevistador. A saber, pienso en lo que dicen Varela y Chirinos.
En el prólogo, el autor nos indica que ha preferido mantener el carácter de las entrevistas, no ajustarlas a la perspectiva del tiempo, y presentarlas como testimonio de época. En este sentido, quedarme en la mera descripción atentaría contra un punto de vista contrario a lo que propone. Pienso en el prólogo de Miguel Gutiérrez a la segunda edición de La generación del 50: un mundo dividido. En el texto Gutiérrez lleva a cabo una autocrítica con ciertas posturas de su pasado político, mas esta autocrítica no alteró el contenido de su ensayo como tal. Nos hubiera gustado una actitud similar en Ángeles. Pues bien, así nos guste o no, sería mezquino no destacar la coherencia que la publicación exhibe en su prólogo y el contenido de sus entrevistas y crónicas. Además, si en el gran futuro la publicación llegara a generar un debate, y si este eventual debate se diera en relación a su prólogo, el autor quedaría despellejado.  
Entre los textos no suscritos a las entrevistas, prestemos atención a los dedicados a Antonio Cisneros, Víctor Humareda y Emilio Adolfo Westphalen, que cumplen su cometido: revisitar el legado cultural de estos artistas. Y para terminar, subrayemos que la lectura de Cortes intensivos resulta mucho más que interesante, no solo porque nos satisface, sino también porque incomoda. Eso: solo los libros que incomodan merecen leerse.

ochentera

Lo venía percibiendo desde hace un buen tiempo, suerte de vuelta a una de las décadas más turbulentas de la historia peruana contemporánea, pero este año esa vuelta se ha manifestado en toda su fuerza discursiva. No es para menos, si una década engloba toda la desgracia que le pudo pasar a este país, esa fue precisamente la del ochenta: dos gobiernos, uno más nefasto que el otro; crisis económica; terrorismo; corrupción y un éxodo de peruanos nunca antes visto.
Haber sido joven en los ochenta, ni hablar, no es lo mismo que haberlo sido en los noventa, mucho menos en los supuestos años de prosperidad. Quien vivió su juventud en los ochenta es una persona partida. En lo personal, no conozco persona que guarde un grato recuerdo de esos años.
En cuanto a la literatura de esos años, no mucho podemos decir. Publicar en esos años era prácticamente una empresa imposible e imagino que ese contexto habrá desanimado a más de un narrador con talento y proyección. Esta impresión la podemos reforzar con la antología En el camino de Guillermo Niño de Guzmán, en la que haríamos bien en fijarnos en los nombres que se desanimaron en seguir en el ejercicio de la escritura.
Por otra parte, este interés por los ochenta en cuanto a su expresión discursiva intelectual y creativa, viene de la mano de un aparato crítico que ha sido muy bien trabajado y que ya ha conseguido afianzar un círculo de poder en la academia y que despliega cierta presencia temática de cuando en cuando en los medios. Claro, este interés académico tiene sus puntos de alcance, es decir, en este se aplica un filtro, porque no basta la calidad o la propuesta interesante para llamar su atención, puesto que esta mirada debe ajustarse a lo que este aparato busca: elevar la presencia de los autores que vivieron esos años, por ello tenemos lo que vemos: la manipulación de los años de la violencia, que más de un despistado/ahuevonado llama Guerra interna. Por ejemplo: este aparato crítico jamás tendrá en cuenta una de las novelas que mejor recrea esos años, novela publicada en el 2008 y que tuvo muy buena crítica, pero que por cosas extrañas no ha despertado el entusiasmo de los lectores. Esta novela, aparte de divertida y arrecha (harto buen sexo en sus páginas), es una de las mejores novelas peruanas del nuevo siglo. Este aparato crítico jamás la tomará en cuenta porque en sus páginas literalmente se sodomiza ideológicamente a los patrones ocultos de este aparato crítico, que de portarse con seriedad, no tendría problema alguno en considerarla como material de estudio, con mayor razón cuando este aparato estudia novelas, poemarios y cuentarios no solo avasallados en discurso, sino también aplastados por su escasa/nula llegada literaria. Me refiero pues a la novela Sueños bárbaros de Rodrigo Núñez Carvallo. 
En otras palabras: no hay explicación razonable para no estudiar o tener en cuenta esta novela que mejor retrata desde la ficción esa década privilegiada en su horror. Claro, la recreación de estos años es un intento, y como tal no estamos ante una novela total, en lo que supondríamos un mural de época, pero vaya que como intento sí deja satisfecho al lector de turno, y por esa sola razón, por ser un intento que exhibe arrojo y nervio literarios, o sea, experiencia de lectura, vale la pena leerla para los que aún no lo han hecho, y para los que sí, su relectura adquiere una actualidad de la que estamos no más que agradecidos.

viernes, marzo 17, 2017

safety check

Lo curioso que viene ocurriendo en estos días en los que la naturaleza se manifiesta con toda su furia, furia que no estaba para nada prevista, calificada por las instituciones medioambientales pertinentes como histórica, es que más de uno no utiliza las redes sociales a la altura de las circunstancias. En una situación como esta la comunicación resulta no menos que importante, por medio de estas podemos hacer cosas muy útiles, como coordinar ayuda para nuestros hermanos peruanos que sí están sufriendo las inclemencias que generan las inundaciones.
Me explico: desperté temprano para seguir avanzando la edición de tres textos. Aunque algo vi la noche anterior, creí que lo visto no era más que una alucinación producida por el cansancio y la preocupación. Sin embargo, esa alucinación resultó ser real y potenciada como tal en la dimensión de lo que puede generar la poca reflexión y las desmedidas ansias de figuración, ansias que exponen la radiografía frívola de aquellos/aquellas que de sentido común tienen tanto como de mal gusto.
La única calamidad que viene sufriendo la ciudad de Lima es la falta de agua potable. La institución encargada de suministrarla, Sedapal, ha impuesto un horario de suministro, horario que puede darse de baja como también extendiendo el corte de agua, ello dependiendo del lodo que traiga el río Rímac. Esa es la calamidad que vive la ciudad de Lima, salvo algunas excepciones distritales como San Juan de Lurigancho, Chosica, Chaclacayo, ubicados cerca del río capitalino. Lo mismo podríamos decir de los distritos del sur de la capital. Ayer vimos cómo una mujer sobrevive en Punta Hermosa mientras es arrastrada por el huaico, la gesta de esta valiente mujer es ahora la imagen que la prensa internacional usa para dar cuenta de lo que viene ocurriendo en el país.  
Cuando la tragedia llega a Lima, el Perú despierta. Esa es nuestra tara. Pero lo que ha estado sucediendo en el norte, centro y sur del país, y desde hace semanas, es una tragedia incomparable a las pequeñeces capitalinas. No hay agua potable y ese es el mayor drama de la chibolada pulpín, como de los cuarentones burgueses que se portan como pulpines. Gracias a esta pulpinada intergeneracional he visto el mayor acto de estupidez en aquellos que se autoerigen como privilegiados del pensamiento crítico y el activismo: hicieron uso del Safety Check de Facebook. Puedo entender el Safety Check si vivieran en las zonas afectadas, pero no, la mayoría vive en distritos como La Molina, San Miguel, Miraflores, Barranco, Jesús María, Surco, Cercado, Los Olivos, La Victoria, San Luis, San Borja, Magdalena, San Isidro, San Martín de Porres… En fin. El furor de la estupidez.

jueves, marzo 16, 2017


cuando el río se desborda

Acabo de llegar del Centro de Lima, algo cansado porque tuve que caminar más de lo acostumbrado para recién poder tomar mi taxi de regreso. La demora se debió al desborde del río Rímac, hecho del que fui testigo ya que se desbordó a menos de cincuenta metros de donde me encontraba.
La historia del miércoles 15 empieza el miércoles 8, cuando en la tarde recibo un mensaje de Dante, quien me pregunta si puedo presentar el poemario de su amigo el poeta Carlos. Le pedí a Dante que me pasara el pdf del libro. Lo leí y le dije que sí, y que me diga con tiempo el lugar y la hora de la presentación.
No pude estar más que contento. En este inevitable tránsito de presentaciones, he hablado de libros de autores mayores peruanos y extranjeros, como también de los nuevos. Si la memoria no me traiciona, lo he hecho en todos los espacios oficiales posibles y en los que no lo son, siempre en buena onda, porque soy fiel a mi principio de aceptación: que el libro a presentar me impulse a tener algo que decir. Como dije, no pude estar más que satisfecho, porque la presentación del poemario Dios se tragará la muerte se daría en la Feria del Libro Amazonas. Si hay un lugar en Lima al que le tengo mucho cariño, ese lugar es precisamente esta feria permanente de libros, en la que también trabaja mi amigo, mi hermano a la fuerza, Abelardo, el metalero fanático de Air Supply.
Lo malo, lo que sí me fastidió, la hora de la presentación: 4 de la tarde.
No sé si ya lo he dicho en este blog, pero tengo un serio problema de insolación. Hasta de noche debo usar bloqueador, de no ser así, mi cara se llenaría de ronchas y otras manifestaciones cutáneas. Eso, por un lado. Por otro, el sol cada día está más insoportable, sobre todo el calor que viene horas después de una intensa noche de lluvia.
Me dirigí a Amazonas, siempre avanzando por el lado de la sombra, y por más que me cuidada, me achicharré y mi cuerpo se convirtió en una melcocha, aún más que la media común porque soy de los sudan demasiado. Cuando llegué no demoré en encontrar a Dante y Carlos. El evento ya había empezado y antes de participar en la presentación, me dirigí a saludar al metalero fanático de Air Supply, a quien encontré en su segundo puesto. Todo un hombre de cultura mi causita. Conversamos lo de siempre, pero en lo que hablamos la preocupación latente no podía dejar de ser abordada, porque el río Rímac estaba a nada de desbordarse, no con el peligro de llegar a la feria (¿o sí?), pero no era para confiarse porque en nada las lodosas aguas invadirían los rieles del tren.
Antes de hablar de las virtudes del poemario de Carlos, expresé mi alegría por estar presentando por primera vez un libro en Amazonas. También saludé a los organizadores por esta iniciativa, por promover estas actividades culturales, en fiel convicción de que estas son parte de todo circuito libresco que se asuma como tal, sin depender de su posible rentabilidad. Además, contra lo que puedan pensar algunos burgueses y trepas de nuestra literatura actual, en este campo ferial también han presentado sus libros Mario Vargas Llosa, Miguel Gutiérrez, Oswaldo Reynoso y demás plumas de importancia.
Tampoco voy a negar que mientras hablaba sentía una preocupación, porque el olor a tierra húmeda era fuerte, hecho que reforzaba lo que ya no se decía: el río terminaría por invadir los rieles y que la fuerza del mismo se repotencie con la presión con el muro de contención. Más allá de este temor, hablé bien y creo que los asistentes lo sintieron así.
Quedé con Dante y Carlos en que iríamos por el chifazo de rigor. Pero antes, y aprovechando que Carlos firmaba algunos ejemplares, fui a despedirme de Abelardo, quien me acompañó a grabar la furia del río, furia que inmortalicé en mi Instagram. También salí del campo ferial y me dirigí al puente de piedra que, para mi vergüenza, no sé su nombre. La situación ya estaba jodida, porque un cordón policial impedía que la gente lo cruce. Más de uno se quedó atónito ante el lodazal que traía más de un centenar de cilindros de plástico de múltiples colores.
Media hora después me enteré de que el río había invadido las instalaciones de la Casa de la Literatura Peruana. Entonces, le mandé un mensaje a mi pata Jaime y le pregunté si necesitaba ayuda, porque si existía un peligro, ese peligro era la destrucción del material bibliográfico ubicado en la primera planta de la Casa. Jaime me dijo que los libros estaban a salvo porque todos pusieron el hombro para salvar los libros, además contaron con la ayuda de los soldados del Palacio de Gobierno.
Nos despedimos de Dante y Carlos me acompañó a Polvos Azules. La hora: 8 de la noche. Tenía tiempo suficiente para abastecerme de películas, con mayor razón ahora que me encuentro en una maratónica revisión de toda la filmografía de Cassavetes. Por lo general, las tiendas del centro comercial cierran a partir de las 9, pero mientras nos dirigíamos al Pasaje 18, muchísimos puestos estaban cerrados. Y en el pasaje cinéfilo solo una tienda estaba abierta. Cuando le pregunté al encargado de esa única tienda abierta por el cierre masivo de tiendas, su respuesta reflejó mi nula lectura de la realidad: los encargados se habían retirado temprano, ya sea porque estaban preocupados, o porque tendrían problemas para llegar a sus casas a causa del desborde del Rímac. 
En alguna ocasión leí que el clima se vengaría de cómo lo hemos estado tratando en estos últimos veinte años. Pues la venganza ya es realidad. El desborde del Rímac no solo afecta a los que viven cerca de él, sino también a los que nos alucinamos seguros de sus aguas.

miércoles, marzo 15, 2017

volver a carrère


Un comentario al vuelo de un lector que escribe en Facebook me hizo pensar en la seria posibilidad de volver a leer uno de los libros más brutales de los que guardo recuerdo. No demoré en decidirme, porque me lancé en la que sería su cuarta relectura en esta madrugada pautada por una lluvia de goteo fuerte.
Tengo todos los libros del escritor francés Emmanuel Carrère, pero es uno el que sigue transmitiendo resonancias de aturdimiento en la tramposa memoria lectora.
El libro en cuestión, El adversario.
Alguna que otra vez he mencionado esta suerte de crónica-novela en mi blog personal, y lamento no haberle dedicado un post que dé cuenta de los enormes alcances de la no ficción en primera persona vistos en EA. El presente post no intenta recuperar el tiempo perdido, mas sí poner algunas cosas en orden, primero en mi cabeza para luego lanzar el dato para el potencial lector que muestre algún interés.
Para mi buena suerte, no me demandó mucho tiempo encontrarlo en los desordenados anaqueles de mi biblioteca. El ejemplar estaba en buena compañía, además, a este ejemplar le tengo un cariño especial, porque muy contadas veces he visto la edición en tapa dura de EA en Círculo de lectores. Con algo de paciencia, pueden hallarse en librerías locales las ediciones de Anagrama, tanto en sus colecciones Panorama de narrativas y Compactos.

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A medida que veía los títulos de Carrère, me preguntaba de dónde salió esa malsana y ociosa idea que pretende ubicar a la literatura francesa contemporánea en una crisis. Supuesta crisis que ataranta a toda clase de lectores; ataranta incluso a los lectores-poseros dependientes de los dictados de la novedad editorial.
Cualquier libro de Carrère no solo te pone en la mesa una voz ubicable, sino también una apuesta por un registro del que más de uno pretende sacar provecho sin conocer antes sus referentes de los que se ha valido para construir su poética.

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Limónov es la obra maestra del francés, obra maestra en todo el sentido de la palabra, que merece todos los elogios que ha recibido. Sin embargo, a diferencia de EA, esta no muestra un viaje descarnado a la suciedad de la moral y ética de los seres humanos. Sus lectores extrañamos este no tan pequeño detalle, porque en Limónov lo que hace Carrère es hablarle a toda una generación, nos cuenta el lado oscuro de la historia europea de los últimos 25 años, nos radiografía la trastienda de la política internacional, nos habla de las ideologías revolucionarias ahora truncas; pero en EA nos transporta al hombre común y corriente, es decir, a ti, a tus complejos, traumas, anhelos y miedos.

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Como ya indiqué, acabo de releer el libro en esta madrugada al ritmo de incesantes goteos de lluvia. Lo terminé de la misma manera en que Antonio Muñoz Molina acababa los cuentos de Onetti: sudando, convertido en un despojo, en un ser incompleto.

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¿Hasta qué punto pueden llegar tus mentiras? Bien sabemos que la mentira es parte fundamental de nuestra esencia. ¿Pero qué pasa cuando has hecho de tu vida toda una mentira? Peor: ¿qué pasa cuando los más cercanos a ti asumen como verdad esa mentira?
Durante más de quince años Jean-Claude Romand le hizo creer a su familia que era un reputado médico que trabajaba para la Organización Mundial de la Salud. El tipo se levantaba temprano, ayudaba a su mujer a preparar el desayuno y llevaba a sus hijos al colegio. Esas horas de la mañana eran lo único real de su vida. Su falsa vida comenzaba cuando se despedía de su mujer y conducía su auto hasta un lugar alejado, ya sea un parque, un estacionamiento o el simple campo, allí se ponía a leer los periódicos y a mirar de lejos la vida de los demás. Cumplidas sus horas de “trabajo”, regresaba a casa a desempeñarse como un esposo amoroso y padre de familia.
Transcurren los años y Romand llega al punto de no retorno: no tiene la más mínima ida de cómo seguir cubriendo esa vida que proyecta a los demás. Piensa mucho al respecto y decide, sin más, asesinar a su esposa, hijos y padres.
Así empieza esta proeza de la experiencia literaria, para que tengan una idea de lo que les cuento:
“La mañana del sábado 9 de enero de 1993, mientras Jean-Claude Romand mataba a su mujer y a sus hijos, yo asistía con los míos a una reunión pedagógica en la escuela de Gabriel, nuestro hijo primogénito. Gabriel tenía cinco años, la edad de Antoine Romand. Luego fuimos a comer con mis padres, y Romand a la casa de los suyos, a los que mató después de la comida. Pasé solo en mi estudio la tarde del sábado y el domingo, normalmente dedicados a la vida en común, porque estaba terminando un libro en el que trabajaba desde hacía un año: la biografía del novelista de ciencia ficción Philip K. Dick. El último capítulo contaba los días que había pasado en coma antes de morir. Terminé el martes por la tarde y el miércoles por la mañana leí el primer artículo de Libération dedicado al asunto Romand.”

*

Carrère supo del caso Romand y se propuso contar su historia. No era para menos, el escritor estaba ante un personaje irresistible. Intentó escribir una novela sobre él, pero en lo que escribía no encontraba la fuerza y el nervio narrativos que necesitaba. Entonces optó por contar la historia tal cual, sin los afeites de la ficción.
A medida que escribía e investigaba sobre el asesino fue presa de la epifanía que le confería el proyecto. Carrère escribía no con el objetivo de explicarse quién era Romand, sino quién era él mismo. Por ello, en las páginas de EA percibimos una inevitable pesadez existencial que canaliza en una prosa cargada que inevitablemente punza la piel del lector. Resulta imposible no avanzar con lentitud, pensando si es factible parar y así continuar al día siguiente, o, simplemente, no continuar. Aunque barajé esta posibilidad, no me despegué de sus páginas, lo que hizo que cayera, como en otras ocasiones, a la sima de la sucia condición humana.
Cierras el libro y das gracias por no ser Jean-Claude Romand. Cierras el libro y sientes que has vuelto a leer a uno de los más grandes narradores contemporáneos. Cierras el libro y, aparte de ya no ser la persona que pensabas que eras, quedas con un aterrador e interminable dolor de cabeza.

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