la voz de dfw
En la narrativa contemporánea tenemos
dos referentes ineludibles para las últimas generaciones de lectores y
escritores. Se entiende que su valor literario sustenta la señalada referencialidad,
pero en el caso de ambos no es garantía de radiación (hay algo más). Hablamos de
autores que ejercen un hechizo más allá de la experiencia de la lectura. Por
eso, las inquietudes se imponen: ¿cómo llegaron a convertirse en focos de
atracción cultural?, ¿por qué nos topamos con muchas personas que los admiran
sin necesidad de haberlos leído?, ¿por qué más de un escritor los imita, sin
importarles quedar a vista de la platea como parodias de una postura que, por
su naturaleza forzada, deviene en caricatura? Se discute y se ha escrito mucho
sobre esta radiación, de la que se viene encontrando un inicial consenso en
cuanto al espíritu pop que identifica a estas poéticas.
Lo cierto es que Roberto Bolaño (1953 –
2003) y David Foster Wallace (1962 – 2008) se han convertido en noticia a razón
de su radiactividad. Cualquier dato que aparezca sobre ellos, así sea inane,
termina adquiriendo una relevancia que pone a trabajar a la prensa cultural. La
situación se potencia ante la aparición de un libro póstumo. Cuando es así, la
maquinaria editorial despliega el poderío de su logística promocional, que no
necesariamente nos asegura la calidad literaria del producto presentado,
pensemos al respecto en El futuro de la
ciencia ficción de Bolaño, novela menor por donde se mire, pero que colma
las expectativas de los seguidores del chileno.
Habría que preguntarnos por el cuidado
de la obra póstuma de estos autores. En mi opinión, la del estadounidense está
más protegida de los intereses comerciales. Mientras tanto, sus lectores
haríamos bien en leer lo mejor que se ha escrito sobre ellos. De lo publicado,
pienso en el ensayo Excepción Bolaño
de Francisco Carrillo, en Bolaño Salvaje
de Edmundo Paz Soldán y Gustavo Faverón, también en Todas las historias de amor son historias de fantasmas, la
biografía de DFW a cargo de D. T. Max, y Conversaciones
con DFW de Stephen J. Burn.
A este selecto grupo sumemos Aunque por supuesto terminas siendo tú
mismo. Un viaje con David Foster Wallace (Pálido Fuego, 2017 / Traducción
de José Luis Amores) del periodista y escritor norteamericano David Lipsky.
Seguramente, más de un lector, o interesado, se dejará llevar por la adaptación
del libro que hizo James Ponsoldt en The
end of the tour (2015), lo que nos obliga a manifestar nuestra verdad: la
película como tal es malísima, aburrida, estereotipada, además, recoge muy poco
el espíritu del libro que la inspira.
Dicho esto, señalemos que estamos ante
un documento literario. Lipsky, siendo un joven periodista de Rolling Stone, entrevistó en 1996 a DFW
durante el tramo final de la gira promocional de La broma infinita, novela que lo consagró como el escritor más
importante de su generación. Se suponía que Lipsky haría un extenso reportaje
de aquel encuentro con la estrella literaria del momento, pero esta no vio la
luz. Más bien, los audios de sus conversas con DFW estuvieron guardados por
años y su publicación en formato de libro obedeció a la fiebre que suscitaba la
leyenda dejada por el escritor tras su muerte.
Lipsky, en onda con la escuela
reporteril de RS, nos entrega más que
una semblanza: un viaje al vientre de la ballena. Cuando se le encomendó la
comisión, Lipsky sabía de la fama que corría sobre su entrevistado, de entre
todas las señas recogidas, una se erigía como el lastre mayor: la involuntaria
capacidad de DFW para absorber a las personas. Advertido sobre ello, el periodista
supo que poco o nada obtenía si lo abordaba partiendo de su condición de
escritor. Si algo había que hacer en pos del éxito de la empresa, en la que conviviría con la estrella, esta no
era otra que apostar por la naturalidad, de la que somos testigos en el primer
contacto visual entre el periodista y el escritor. DFW sabe a lo que se
enfrenta y no duda en pedirle que no tome en cuenta lo que declara: “necesitas
saber que cualquier cosa que cinco minutos más tarde te pida que no la pongas,
no vas a ponerla”. Lo que parece una suerte de orden, no es más que una muestra
de la fatiga que el autor venía sufriendo tras semanas de viajes promocionales.
Lipsky entiende el mensaje y su estrategia inicial no puede sino ser más que privilegiada:
comienza a preguntarle por la situación en la que se encuentra con sus vecinos
de barrio, de cómo se siente que ellos estén ante un escritor que es visto como
una estrella de rock. En otras palabras, el periodista ejecuta su plan
aprovechando el hartazgo de DFW, puesto que si hay algo que desea con todas sus
fuerzas, es precisamente finalizar de una vez la promoción de LBI. DFW no tiene salida, no estará ante
una entrevista, sino ante alguien que vivirá y viajará con él durante cinco
días. DFW claudica, las pocas fuerzas que tiene no las va a invertir en Lipsky,
lo que le genera alivio y, por lo tanto, una soltura discursiva que le permite
explayarse en todos los tópicos que le propone el periodista.
Aunque por momentos la estrella se
percata de que está ante una entrevista en la que cada concepto podría ser
usado como elemento del reportaje, se deja llevar por Lipsky, quien aprovecha ese
privilegio que le depara la vulnerabilidad anímica del autor. Gracias a ello,
somos testigos de fobias, frustraciones frívolas (al menos, ante tanta atención
de los medios, alguna fan se iría a la cama con él), de su admiración por
escritores tan disimiles como Stephen King y William T. Vollmann, sobre su
intención de escribir sin dejar de ser complejo en la escritura y de esta
manera llegar a la mayor cantidad de lectores, del mismo modo desmitifica señas
de identidad que enloquecen a sus seguidores, a saber, el uso de la bandana,
etc. Nuestro autor habla de sus intentos de suicidio, datos que el periodista
usa con inteligencia, ya que no incide en la truculencia del detalle, sino en
la contundencia del silencio de DFW.
Se ha indicado que este libro podría
leerse como una obra de teatro. Pero no entendamos tal característica como una
puesta en escena en la que cada quien habla sabiendo que lo expuesto será
apreciado por otros. Tal relación se
ajusta a su dimensión dialógica que se nutre de la generosidad emocional e
intelectiva, y por momentos moral, que nos recuerda en parte a otro clásico de
la conversa: El mundo según Hitchcock de
Francois Truffaut. En otras palabras: Lipsky nos pone en carpeta la voz de DFW,
una oralidad cotidiana sin afeites, ni poses de autor en insoportable
manifestación de inteligencia y cultura. DFW, aunque no lo dice, se asume como
un gran escritor, pero poco o nada le sirve presentarse como tal (no piensa en
estrategias para afianzar su posicionamiento), puesto que su mundo es otro, más complejo y jodido.
No exageraría si destaco el presente
libro como uno de los mayores títulos que pasan revista a la vida y obra
de DFW. Sus páginas reflejan su ética
creativa, la misma que los lectores del norteamericano intuyen y que aquellos
aún no lo leen van a reconocer.
…
En SB
0 Comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal