jueves, noviembre 23, 2017

sol

Luego de algunos días desconectado de la realidad, inmerso en la etapa final de un proyecto de investigación, creí que no me estaría perdiendo de mucho, pero vaya que me equivoqué. La primera señal de esta mala percepción la vi hace un par de horas, mientras ocupaba mi mesa preferida en la panadería Rovegno de Arenales, con el sano fin de pedir un espresso y una empanada de carne, droga y capricho, respectivamente, del día ante lo que consideraba un milagro: la belleza del sol sobre el verde del parque Washington. Los que me conocen saben bien de mis reparos que tengo con el sol, de los problemas de salud que me causa.
Todo iba bien, avanzaba con la lectura de un librito de Colson Whitehead, cuando alguien comienza a ocupar una mesa en diagonal a la mía, ubicada a menos de un metro, entonces volteo para exigir silencio con la mirada, no hay nada que deteste más que el sonido de las patas de las sillas arrastrándose. El sujeto que arrastraba la mesa no era otro que el buen Álvaro, izquierdista light, lector de Chandler y docto en The Style Council. De las muchas diferencias que podemos tener, el lazo emotivo con la banda británica es lo que disipa nuestra serie de divergencias.
Como no nos veíamos en varios meses, nos pusimos al día en algunas actividades. Se mostró interesado en la investigación que llevo a cabo, hasta me preguntó si podía formar parte de ella, pero le digo que estoy por entregar los avances en menos de quince días. Sin embargo, noté cierta actitud de alerta en sus posturas, como si en la punta de la lengua tuviera el contraejemplo a mi primer señalamiento. Seguramente creyó que lo jodería con las noticias de las últimas horas, que ponen contra la pared a la izquierda peruana a razón de los pagos recibidos por Odebrecht, noticias de las que me acabo de enterar hace unos minutos, por cierto.
Hubo un tiempo en que Álvaro quiso ser escritor. Lo conocí gracias a Cecilia, su hermana, en un recital de poesía en la Universidad de Lima, circa 2004. Aunque no es escritor y no le pregunté si sigue escribiendo, me consta que es un lector constante, lo que para mí es más importante que escribir. 
Eso, leer para leer, nada más, no sirven los conceptos idealistas. En el acto de leer uno se encuentra, algo que no sucede con nuestros escritores, que, como ya dije en más de una ocasión, andan perdidos y a la caza de un desesperado posicionamiento, afán a cumplir que los hace partícipes de una guerra pueblerina en donde la bajeza es munición para los desesperados que anhelan el lugar del otro, el libro del otro, la pinta del otro, la voz del otro. Demasiada maravilla.

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